Cuando era pequeña, leía, al igual que veía películas,
una y otra vez, o pedía a mi madre que me contara el mismo cuento cada tarde,
pues me gustaba sentir lo mismo, o descubrir algo que había pasado por alto (o
que ella modificaba).
En vez de continuar con otras historias que pudieran
sorprenderme.
Según pasan los años, me decanto por no volver a
leerlos demasiadas veces (cada uno sabe en qué momento hay que terminar para
poder seguir).
Prefiero que se mantenga el recuerdo vivido, el buen o mal sabor
de boca, esas sensaciones descubiertas por primera vez que modificarlas por las
vivencias, experiencias e información obtenida que modifique esas sensaciones
que buenas o aún malas, son grandiosas y no se pueden cambiar, nos guste o no.
El primer libro que recuerdo haber leído fue Chis
y Garabís (finalista
premio El Barco de Vapor, literatura infantil 1986)
de la escritora madrileña (España), no muy popular, Paloma Bordons quien, por
lo que mientras escribo estas letras he descubierto, desde muy pequeña aprendió
a leer sola y dibujaba y escribía sus historias junto a dibujos, en hojas ya
lamentablemente perdidas, tal y como ella cuenta en su página web.
Hablo desde ese recuerdo no intoxicado por el paso del
tiempo: Chis y Garabís
trataba de la vida de dos islas perdidas en el océano llamado Atlético (no
Atlántico) y cómo la falta de lluvia en una de ellas (por puro
“encaprichamiento” de la nube de los jueves)
hacía que los habitantes, incluidos animales y plantas, tuvieran un montón de
problemas e inconvenientes para continuar sus vidas como hasta ese momento
habían sido.
Recuerdo que lo leí del tirón, no sé cuántos años
tenía, 7 o así, tumbada en la cama a media tarde, calurosa, sin levantarme yo
creo que ninguna vez mientras mi madre y mi hermana charlaban en el salón; la
historia estaba llena de personajes, inventos como “el madrugador”
(despertador), nombres, apodos curiosos, la profesora “tizarrápida”, el rey
Agapito y el rey Manolo, los prestamistas usureros de Oste y Moste, de cómo se
adaptaban a comer cada día sardinas les era lo único que había en el mar, de
cómo se llegaba y se salía de allí, que era por casualidad…. Imaginé en mi
mente claramente, y aún puedo recordar, la historia al completo, la cual no
resumo por respeto a que la podáis descubrir vosotros mismos. entendí las
relaciones entre unas cosas para que se produzcan otras que damos por
supuestas, el valor de la amistad y los disparates que hacemos las personas,
pero que finalmente siempre podemos adaptarnos de una forma espectacularmente
sencilla.
Cuando terminé de leerlo, me levanté como un resorte
corriendo al salón a relatar les la historia.
Ahora, pasados algo más de 20 años, puedo decir que el
libro es excepcional. “Chisgarabís” es una palabra que significa en español
alguien mequetrefe, tonto (creo que en italiano es algo así como sciocco,
maldestro...no sé).
Habla en primera persona sobre un viaje a estas islas y,
ahora entiendo, que explica perfectamente las situaciones difíciles a nivel
económico, diferencias culturales, generacionales, costumbres entre unos y
otros habitantes, dependencia de la naturaleza del ser humano a pesar de
creernos los reyes del mundo sobre todo, necesidad de todo aquello que nos
rodea, hace ver lo malo y lo bueno que hay dentro de nosotros y que puede
surgir ante situaciones imprevistas, dejando
ver las tonterías por las que podemos dejar pasar tiempo de nuestra
vida.
Todo esto es cíclico y
atemporal, tal y como la vida misma, por lo que, afortunadamente, este libro,
bajo mi punto de vista, también lo es. Apropiado para los niños que nacimos en
los ’80 como yo, y totalmente
recomendado para los niños actuales que ya se encuentran alrededor de los 5, 6
años.
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